Caballo de la Humanidad
Cuando aún resuenan los ecos de otra Bienal de flamenco en Sevilla, la ciudad galopa hacia otro Salón Internacional del Caballo (SICAB), otro de los grandes eventos, junto con la Feria de Abril o la Semana Santa. Dice el Gobierno de España, a través del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte que Patrimonio Inmaterial es «toda manifestación cultural viva asociada a los significados colectivos compartidos y con raigambre en una comunidad». El flamenco, cumple ahora seis años de su declaración en Nairobi, entrando a formar parte así en la lista de la UNESCO. Además de monumentos, el Patrimonio Cultural comprende también usos sociales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza, etc. Sabido es que Andalucía goza de una riqueza histórico-cultural inigualable. De entre su amplio patrimonio, surge con fuerza la idea de proponer al caballo Pura Raza Español. Así, nuestro caballo andaluz (o «andalusian horse» como se le conoce fuera de nuestras fronteras) optaría a la declaración como valor cultural. Desde 1484 , los monjes cartujos ya seleccionaban nuestro caballo en Sevilla y en Jerez. Y en 1570, Diego López de Haro, fue nombrado por Felipe II para crear nuestra yeguada nacional en las Caballerizas Reales. Plinio El Viejo hablaba del caballo de Hispania como arrogante, pero dócil y valiente. Su influencia ha sido decisiva y fundamental para la aparición de núcleos y razas como la lipizzana, la de paso fino o la lusitana, estando presente en más de 60 países de los cinco continentes.
El caballo andaluz forma parte de la identidad de España y constituye un modo de entender la vida. Además, es motor de destacados eventos sociales, culturales y deportivos por lo que sería de justicia proponer al caballo de Pura Raza Española en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO.
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Brindis por Álvaro Domecq, artículo de Rafael Peralta Revuelta en el diario La Razón.
Brindis por Álvaro Domecq
Hay un repique de cascos en el patio de la Espléndida. La brisa huele a toro bravo y sabe a Jerez. A La Ina. Al fino de La Janda. A libretas de notas ganaderas y sombreros jerezanos. Hoy la memoria viaja hasta los campos del Sur de Cádiz, por entre los llanos de Los Alburejos. Y vuelven al campo las estampas de un torero Cordobés, Manuel Rodríguez «Manolete», a caballo junto al niño Álvaro Domecq Romero. Y entre los carretones y la zulla, crecen los becerros burracos y «coloraos», nietos de la mejor reata brava. Novillos descendientes de aquellos otros que seleccionara su augusto padre, el referente ganadero por excelencia, caballero rejoneador y Alcalde de Jerez de la Frontrera, don Álvaro Domecq y Díez. En «Los Alburejos» se siguen conservando costumbres centenarias que nacen del amor por el caballo y el toro. Tradiciones que se muestran en el espectáculo «A campo abierto». La amistad con el Rey Don Juan Carlos le llevó a crear la Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, para mayor gloria del caballo de Pura raza española, aquel que seleccionaran los monjes cartujos. Alvarito Domecq es una escuela de valores. De afición, de elegancia en el trato, de coraje, de señorío y de éxito. Una vida llena de triunfos, dentro y fuera de los ruedos. Bajo el ala de su sombrero de ala ancha se dibuja el retrato del caballero español. Opus, Universo, Uranio…, son nombres grabados con herraduras de oro sobre el horizonte de la memoria. Permita que hoy levante mi catavino con un brindis para decir:
Qué suerte tiene Jerez
de tener a un caballero
estirpe de los Domecq.
Garrochista y ganadero,
arte en la plaza y la vida,
Álvaro Domecq Romero.
«El caballo cartujano», por Rafael Peralta Revuelta. Artículo publicado en el diario La Razón.
Se llama así porque fue el caballo que seleccionaron los monjes cartujos en Santa María de la Defensión, allá por 1484, en Jerez de la Frontera. Durante más de tres siglos, aquella yeguada se convierte en una de las más apreciadas, llegando a expandirse a lugares tan emblemáticos como la Escuela de Versalles (en época de Luis XVI) o la yeguada austríaca de Lipizza, para abastecer a la Escuela de Equitación de Viena.
Como consecuencia de su estampa armónica, de sus elegantes movimientos, de su nobleza y de la comodidad de su paso, estos caballos españoles de estirpe cartujana fueron los preferidos de reyes, emperadores y cónsules. Los retratos ecuestres de Felipe III, realizado por Velázquez, o el del Duque de Lerma, pintado por Rubens, son un claro ejemplo de ello.
Su importancia radica en que, tras la Revolución Francesa, su sangre se ha mantenido sin cruces, en máxima pureza, hasta nuestros días. En la actualidad, se cifra en unos 2.500, aproximadamente, el número de ejemplares pertenecientes a esta valiosa estirpe repartidos por distintos puntos del continente.
Ayer concluyó el Salón Internacional del Caballo (SICAB), sin que muchos de los visitantes se dieran cuenta de la presencia de caballos cartujanos, procedentes de la Yeguada de La Cartuja (Hierro del Bocado) y de otras ganaderías. Se trata, por tanto, de una reserva genética de enorme valor, que puede considerarse como la aristocracia del caballo de pura raza español.
Criado en los valles y marismas de Andalucía, de él dijeron que «es el más apropiado para un rey en su día de triunfo». No hay más que ver el imponente retrato de Carlos V en la batalla de Muhlberg. Los nietos de aquel corcel que pintó Tiziano siguen galopando con todo su esplendor, como herederos de una raza única.
(Por Rafael Peralta Revuelta, publicado hoy 9 Diciembre, en el Diario La Razón)
Se nos fue José Sanz Parejo, Catedrático Emérito del caballo y de la vida.
Esta semana nos dejó, más que un amigo, un hermano. El compañero que durante tanto tiempo galopó -hombro con hombro, estribo con estribo- por caminos de la amistad y de la vida con los hermanos Ángel y Rafael Peralta.
Unos meses antes fue homenajeado, con toda justicia, en un acto multitudinario en Córdoba, donde se inauguró un Centro de Reproducción con su nombre.
Queremos recordarlo como una persona inolvidable, siempre estudioso y brillante en su profesión, donde alcanzó innumerables hitos.
Dejamos aquí estos enlaces publicados por la prensa para recordar eternamente su memoria:
En ANCCE:
http://www.ancce.es/mostrar_noticia.php?orden=801
En el diario A B C:
http://www.abc.es/20120710/cordoba/sevp-jose-sanz-parejo-memoriam-20120710.html
En el Diario de Córdoba:
http://www.diariocordoba.com/noticias/etcetera/jose-sanz-parejo-veterinario-especializado-en-caballo_728773.html
Nuestro homenaje a su figura, con motivo del acto celebrado en Córdoba:
http://peralta-horses.blogspot.com.es/2011/12/articulo-dedicado-al-catedratico-d-jose.html
Querido Pepe: Nunca te olvidaremos porque siempre estarás con nosotros. Tu familia Peralta.
«Brindis por un caballo torero», por Rafael Peralta Revuelta. Firma invitada en el portal Burladero.com
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El caballo Xelim, toreando en la playa |
por un caballo torero
Maestranza mirando al cielo, conociendo el riesgo que conlleva torear a caballo
después de haber llovido sobre la plaza. Y digo conociendo, pues quien desde
este palco os escribe, también vivió muy cerca aquellas corridas matinales en
la que mi padre, como director de lidia, debía decidir –junto con el Presidente
y resto de compañeros- sobre el desarrollo o posible suspensión de la corrida.
paseíllo, se podía vislumbrar ciertas partes donde el piso no estaba en las
mejores condiciones que uno desea para la práctica del rejoneo. Sobre todo,
cerca del tercio, junto a la segunda raya de picar, donde el albero se suele
hacer como una pasta resbaladiza tras la retirada de la lona.
tragedia de “Xelín” sobrevoló la Maestranza. El percance quedó grabado en la
memoria de todos y, durante todo el desarrollo del festejo, el recuerdo
hacia el caballo tordo de salida de Rui Fernandes fue permanente.
Fermín. Porque es de los pocos que quedan que guardan las formas clásicas del
toreo a caballo con un sello puramente español. En corridas donde abundan las
monturas mixtas (clara influencia portuguesa), los caballos lusitanos o el
galope a dos pistas por las tablas, para torear al toro con la grupa (suerte
traída de Portugal), es digno de alabar la estampa de un caballero sale a la
plaza como el que viene de pasear por el campo andaluz. La chaquetilla clásica
–azul marino-, los caballos -algunos de Pura Raza Español-, enlazados con la
bandera española,…, las formas puras. Y haciendo el toreo en los medios,
lidiando en la mitad del anillo y no en terrenos de tablas, como muchos hacen
ahora. Los pares de banderillas, de frente, y de poder a poder. Clavando por
derecho y al estribo. Sublimes los cites con ese caballo castaño que tanto
recordaba en un espectacular “tierra a tierra” al célebre “Banderín”.
de la corrida, tuvo gran acento portugués. Tras la grave cogida de “Xelín”, Rui
Fernandes resolvió brillantemente con el caballo albino “Sol”, del hierro
de Peralta. El bayo “Joselito” y “Vivaldi”, rayaron a gran altura. Ventura
estuvo en maestro. En figura indiscutible del arte de Marialva. Porque lo es y
porque lo ha conseguido por méritos propios. Fue espectacular la vuelta al
ruedo que le dio al toro de Bohórquez cosido a la montura de “Nazarí”. Eso es
torear a caballo. Siempre dando los pechos, ajustadísimas las distancias. Al
igual que las piruetas con “Ordóñez”, el hermano de “Morante”, que levantaron a
la plaza de sus asientos. Centauro de Lisboa y de la marisma. Por su forma de
vestir (con chaquetilla verde de terciopelo), y por la forma de clavar las tres
rosas –en la suerte del caracoleo, esto es, en círculos exactos, clavando una
detrás de otra- me recordó a otros centauros marismeños, junto a los que
comenzara a montar –no hace mucho tiempo- en campos de las marismas del
Guadalquivir y de La Puebla del Río. El rejón a lomos de “Califa”, preciso y
certero, hizo que volviera a triunfar con fuerza en la Real Maestranza.
Noelia Mota –montando al caballo “Morenés”- y Francisco Palha, cada uno con su
particular forma de sentir el rejoneo, dejaron detalles de su buen hacer bajo
los arcos de la plaza. En cualquier caso, como ocurre con los grandes toreros,
la imagen y el recuerdo de la grave cornada al caballo de Rui Fernandes era
inevitable. Sobre todo al conocer la noticia del fallecimiento del equino, y al
ver las lágrimas desconsoladas del “cavaleiro” portugués. Porque cuando a un
rejoneador se le muere un caballo, se va también, de alguna manera, una parte
de él. Porque, se nos va un fiel compañero, el que siempre estuvo ahí dispuesto
para salvar al rejoneador con torería del peligro. Y, por más que sea un
animal, se sufre como si fuera un amigo o alguien de tu propia familia.
cruzó la Puerta del Príncipe a pie, y que entró en la Maestranza mirando hacia
arriba, se fue de la misma manera, con los ojos puestos en el azul del cielo de
Sevilla, recordando al caballo que vino desde Méjico para dejar su sangre
torera sobre el albero dorado de la plaza. Por eso, éste, mi humilde brindis va
por ti “Xelín”, gloria del rejoneo, que estás ya en el paraíso torero y en el
olimpo de los elegidos.
«El último sueño de Belmonte», artículo en recuerdo del genial diestro trianero con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento.
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El genio de Triana, a caballo |
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Juan Belmonte a caballo, rodeado de amigos. |
Hoy, ocho de abril, se cumplen 50 años de la muerte de Juan Belmonte. Sirva este artículo para homenajear a un personaje fundamental en la Historia del toreo (a pie y a caballo)
Carlos V del toreo
Si hay un torero del que todo no está dicho ni escrito, ése es Juan Belmonte. Muy pocos discuten que aquel hijo del quincallero, nacido en el número 72 de la calle de la Feria, sea considerado hoy día como uno de los principales arquitectos del toreo moderno. De aquellas noches furtivas toreando bajo la luna llena en cerrados y ganaderías, el joven diestro aprendería el oficio del arte de Cúchares con un concepto hasta entonces desconocido. Del torero y sacristán de la Iglesia de Santa Ana, Antonio Montes, heredaría esa idea fundamental consistente en darle una mayor importancia al mando de los brazos para alcanzar así una mayor quietud. De esta manera, ese toreo “imposible” de “El Pasmo de Triana” se basaba en un concepto revolucionario: ocupar los terrenos que pertenecían al toro. De ahí la conocida y célebre frase de Guerrita: “Quien quiera verlo, que se de prisa…”.
Al cruzarse al pitón contrario y tener una mayor cercanía a la hora de citar, variaba la dirección de la embestida del toro, y se reducía la velocidad. Como en los tres tercios en los que se divide la lidia, tres son las partes que forman la sublime trilogía de su personalísima tauromaquia: “Parar, templar y mandar”, siendo necesario para ello el “citar, cargar la suerte y rematarla”, introduciendo una nueva estética al adelantar la pierna, sacar el pecho y hundir el mentón. A partir de entonces, todo toreo de corte artista irá acompañado de estas tres últimas componentes. Toreo absolutamente revolucionario para la época, el cual, en muy pocos años, acabaría convirtiéndose en clásico.
Si Joselito “El Gallo” eleva el toreo a ciencia, Juan Belmonte lo elevará hasta darle la categoría de arte. Aconseja olvidarse de cuerpo para torear bien, y con aquellos aires nuevos, va asentando las bases del toreo moderno.
Torero de mandíbula regia, Carlos V de la tauromaquia, Belmonte es el creador de una escuela cuya influencia pervive en gran parte de los espadas actuales. El descubrimiento del pitón contrario, el sometimiento y aguante a las reses, y la innovación estética, constituyen tres de las aportaciones más importantes de un diestro que tuvo –también- tres etapas bien diferenciadas a lo largo de su carrera: heroica, de plenitud y de serenidad.
Cuentan que “El Terremoto”, como también era conocido, tenía un magnetismo especial dentro y fuera de la plaza, de tal forma que llegaba incluso a adivinar cuál iba a ser el comportamiento de un astado nada más salir de los chiqueros. No fue, como se ha podido afirmar, un torero que necesitara su toro para expresar lo que le nacía del alma. Más bien, como decía Corrochano, Belmonte necesitaba su hora, es decir, ese instante en el que dejaba plasmada su inspiración fuera cual fueran las condiciones de los toros. Sus grandes faenas, sus gestos memorables, solían llegar en sus últimos toros, cuando la tarde caía vencida por las sombras. Los duendes lo visitaban en ese momento en el que nos hacía ver la verdad trágica de su toreo eterno.
El trianero, aquel tímido niño que quiso hacerse cazador de leones, el joven novillero que llevaba en el esportón de torear libros de Chesterton y D´Annunzio, siempre vivió rodeado de una pléyade de intelectuales: Pérez de Ayala, Julio Camba, Zuloaga, el escultor Sebastián Miranda o el escritor Valle-Inclán. Después de su retirada, compaginando sus negocios y ratos a caballo en alguna de sus fincas, sería un asiduo habitual de la tertulia de “Los Corales”, junto con su inseparable amigo Rafael “El Gallo”.
Aquel 8 de Abril del 62
Es domingo. 8 de abril de 1962. Juan Belmonte viaja desde Sevilla a su cortijo de Gómez Cardeña en su Ford negro, conducido por su chófer particular. Le acompañan las dos señoras encargadas del servicio doméstico, Asunción y Dolores. Dentro de breves días, concretamente el 19 de abril, su Cristo del Cachorro saldrá del corazón de Triana para expirar por las calles de Sevilla. Guarda su papeleta de sitio en su cartera de piel.
Hace buen día, y Belmonte decide acosar unos becerros en compañía de Diego Mateo, el conocedor. A lomos de su jaca “Maravilla”, pasa varias horas galopando y derribando. Se baja. Atraviesa el patio. Cuando llega a la casa, se siente más cansado de lo habitual. Se quita los zahones y la chaquetilla. Lee la prensa del día. Tras pedirle a Asunción que le sirviera un whisky, ordena a las personas del servicio que se retiren. No quiere que nadie le interrumpa ni moleste. Se enciende un puro, mientras lidia, por última vez, al toro de la soledad y de la vejez. Guadalquivires de tristeza van recorriendo su alma al sobrevenirle el recuerdo de los días postreros de íntimo amigo Rafael “El Gallo”, víctima de una demencia senil. “A mi no me veréis nunca así”, llegó a afirmar tras contemplar en la cama el estado en el que se encontraba el Divino Calvo. Su marcada personalidad, a veces, obsesiva, le trae a su mente aquel reciente golpe de tos en el que escupió sangre, cuando pensó que podía tratarse de un asunto grave de salud, a pesar de que su hermano Rafael y el doctor Mozo le dijeron que no tenía importancia.
Sentado en una butaca de flores estampadas, con una bata marrón por encima, contempla en el salón, junto a la antigua espingarda, aquel retrato de Zuloaga donde el trianero aparece en su máximo apogeo. En aquel momento, se acordaría de su eterno amigo, rival y compañero, José Gómez Ortega. Entonces, sentiría celos de la muerte de José en Talavera. “¿Por qué José, y no yo?”, se preguntaría, como tantas otras veces. Desde aquel día, Belmonte diría que Gallito “le había ganado la partida”.
Llega el ocaso, y el pitón astifino del lubricán, derrota con rabia por los campos ganaderos de Utrera. Había llegado de nuevo su hora. Esta vez, su hora definitiva. No podía resistir más. En ese instante, con el drama interior que le acompañó por tantas plazas, soñaría reencontrarse con Joselito y volver a torear juntos en el ruedo de la gloria. Todo ocurre muy deprisa. Como Larra o Marilyn, “El Pasmo” se convierte en mito y leyenda, y la noticia de su fallecimiento comienza a circular por todos los confines del planeta. Belmonte, aquel que tantas veces jugó con la muerte, el inmortal, es, a partir de entonces, historia y memoria del toreo y la cultura. Su vida es comparada en diarios norteamericanos con la de Rodolfo Valentino, Gary Cooper o Búfalo Hill.
En una oscura esquina de Triana, llega hasta el río la voz quebrada y rota de un cante por soleá:
(Por Rafael Peralta Revuelta, Miembro de la Comisión del Cincuentenario de Juan Belmonte)