“El último sueño de Belmonte”, artículo en recuerdo del genial diestro trianero con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento.

El genio de Triana, a caballo
Juan Belmonte a caballo, rodeado de amigos.

Hoy, ocho de abril, se cumplen 50 años de la muerte de Juan Belmonte. Sirva este artículo para homenajear a un personaje fundamental en la Historia del toreo (a pie y a caballo)

Carlos V del toreo

Si hay un torero del que todo no está dicho ni escrito, ése es Juan Belmonte. Muy pocos discuten que aquel hijo del quincallero, nacido en el número 72 de la calle de la Feria, sea considerado hoy día como uno de los principales arquitectos del toreo moderno. De aquellas noches furtivas toreando bajo la luna llena en cerrados y ganaderías, el joven diestro aprendería el oficio del arte de Cúchares con un concepto hasta entonces desconocido. Del torero y sacristán de la Iglesia de Santa Ana, Antonio Montes, heredaría esa idea fundamental consistente en darle una mayor importancia al mando de los brazos para alcanzar así una mayor quietud. De esta manera, ese toreo “imposible” de “El Pasmo de Triana” se basaba en un concepto revolucionario: ocupar los terrenos que pertenecían al toro. De ahí la conocida y célebre frase de Guerrita: “Quien quiera verlo, que se de prisa…”.



Al cruzarse al pitón contrario y tener una mayor cercanía a la hora de citar, variaba la dirección de la embestida del toro, y se reducía la velocidad. Como en los tres tercios en los que se divide la lidia, tres son las partes que forman la sublime trilogía de su personalísima tauromaquia: “Parar, templar y mandar”, siendo necesario para ello el “citar, cargar la suerte y rematarla”, introduciendo una nueva estética al adelantar la pierna, sacar el pecho y hundir el mentón. A partir de entonces, todo toreo de corte artista irá acompañado de estas tres últimas componentes. Toreo absolutamente revolucionario para la época, el cual, en muy pocos años, acabaría convirtiéndose en clásico.



Si Joselito “El Gallo” eleva el toreo a ciencia, Juan Belmonte lo elevará hasta darle la categoría de arte. Aconseja olvidarse de cuerpo para torear bien, y con aquellos aires nuevos, va asentando las bases del toreo moderno.


Torero de mandíbula regia, Carlos V de la tauromaquia, Belmonte es el creador de una escuela cuya influencia pervive en gran parte de los espadas actuales. El descubrimiento del pitón contrario, el sometimiento y aguante a las reses, y la innovación estética, constituyen tres de las aportaciones más importantes de un diestro que tuvo –también- tres etapas bien diferenciadas a lo largo de su carrera: heroica, de plenitud y de serenidad. 


Cuentan que “El Terremoto”, como también era conocido, tenía un magnetismo especial dentro y fuera de la plaza, de tal forma que llegaba incluso a adivinar cuál iba a ser el comportamiento de un astado nada más salir de los chiqueros. No fue, como se ha podido afirmar, un torero que necesitara su toro para expresar lo que le nacía del alma. Más bien, como decía Corrochano, Belmonte necesitaba su hora, es decir, ese instante en el que dejaba plasmada su inspiración fuera cual fueran las condiciones de los toros. Sus grandes faenas, sus gestos memorables, solían llegar en sus últimos toros, cuando la tarde caía vencida por las sombras. Los duendes lo visitaban en ese momento en el que nos hacía ver la verdad trágica de su toreo eterno.



El trianero, aquel tímido niño que quiso hacerse cazador de leones, el joven novillero que llevaba en el esportón de torear libros de Chesterton y D´Annunzio, siempre vivió rodeado de una pléyade de intelectuales: Pérez de Ayala, Julio Camba, Zuloaga, el escultor Sebastián Miranda o el escritor Valle-Inclán. Después de su retirada, compaginando sus negocios y ratos a caballo en alguna de sus fincas, sería un asiduo habitual de la tertulia de “Los Corales”, junto con su inseparable amigo Rafael “El Gallo”.





Aquel 8 de Abril del 62 




Es domingo. 8 de abril de 1962. Juan Belmonte viaja desde Sevilla a su cortijo de Gómez Cardeña en su Ford negro, conducido por su chófer particular. Le acompañan las dos señoras encargadas del servicio doméstico, Asunción y Dolores. Dentro de breves días, concretamente el 19 de abril, su Cristo del Cachorro saldrá del corazón de Triana para expirar por las calles de Sevilla. Guarda su papeleta de sitio en su cartera de piel.


Hace buen día, y Belmonte decide acosar unos becerros en compañía de Diego Mateo, el conocedor. A lomos de su jaca “Maravilla”, pasa varias horas galopando y derribando. Se baja. Atraviesa el patio. Cuando llega a la casa, se siente más cansado de lo habitual. Se quita los zahones y la chaquetilla. Lee la prensa del día. Tras pedirle a Asunción que le sirviera un whisky, ordena a las personas del servicio que se retiren. No quiere que nadie le interrumpa ni moleste. Se enciende un puro, mientras lidia, por última vez, al toro de la soledad y de la vejez. Guadalquivires de tristeza van recorriendo su alma al sobrevenirle el recuerdo de los días postreros de íntimo amigo Rafael “El Gallo”, víctima de una demencia senil. “A mi no me veréis nunca así”, llegó a afirmar tras contemplar en la cama el estado en el que se encontraba el Divino Calvo. Su marcada personalidad, a veces, obsesiva, le trae a su mente aquel reciente golpe de tos en el que escupió sangre, cuando pensó que podía tratarse de un asunto grave de salud, a pesar de que su hermano Rafael y el doctor Mozo le dijeron que no tenía importancia.



Sentado en una butaca de flores estampadas, con una bata marrón por encima, contempla en el salón, junto a la antigua espingarda, aquel retrato de Zuloaga donde el trianero aparece en su máximo apogeo. En aquel  momento, se acordaría de su eterno amigo, rival y compañero, José Gómez Ortega. Entonces, sentiría celos de la muerte de José en Talavera. “¿Por qué José, y no yo?”, se preguntaría, como tantas otras veces. Desde aquel día, Belmonte diría que Gallito “le había ganado la partida”.



Llega el ocaso, y el pitón astifino del lubricán, derrota con rabia por los campos ganaderos de Utrera. Había llegado de nuevo su hora. Esta vez, su hora definitiva. No podía resistir más. En ese instante, con el drama interior que le acompañó por tantas plazas, soñaría reencontrarse con Joselito y volver a torear juntos en el ruedo de la gloria. Todo ocurre muy deprisa. Como Larra o Marilyn, “El Pasmo” se convierte en mito y leyenda, y la noticia de su fallecimiento comienza a circular por todos los confines del planeta. Belmonte, aquel que tantas veces jugó con la muerte, el inmortal, es, a partir de entonces, historia y memoria del toreo y la cultura. Su vida es comparada en diarios norteamericanos con la de Rodolfo Valentino, Gary Cooper o Búfalo Hill.



En una oscura esquina de Triana, llega hasta el río la voz quebrada y rota de un cante por soleá:




                           Más allá del horizonte
                           se citaba con el tiempo
                           el sueño de Juan Belmonte.

                                                                       
            (Por Rafael Peralta Revuelta, Miembro de la Comisión del Cincuentenario de Juan Belmonte)

“Siglos de Toros”, la revista que apuesta por el campo, el toro y el caballo. Reproducimos el artículo “Retorno a la génesis: Entre el torero y el centauro”, del mes de enero



El Centauro Ángel Peralta dando un pase de pecho






Excepcional natural de Rafael Peralta

 

La revista “Siglos de Toros” se posiciona como una de las revistas más interesantes del panorama literario, ecuestre y taurino a nivel nacional e internacional.

Reproducimos a continuación el artículo de Rafael Peralta Revuelta, publicado este mes :

“El arte del rejoneo y el del toreo a pie están íntimamente ligados desde el germen de la tauromaquia. Si bien, a lo largo de la historia, han podido seguir caminos diversos, existen momentos en los que ambos se unen y confluyen para dejar pasajes llenos de belleza y torería.

Si en Portugal el denominado “arte de Marialva” sigue teniendo, en número de festejos y afición, una importancia superior al toreo a pie, en España, tiempo atrás, el toreo con capa y muleta fue tomando un mayor protagonismo que el que se practicaba desde el caballo. Esta supremacía hace que el rejoneo (que tuvo su auge en los siglos XVI y XVII) quede relegado a un segundo plano, hasta que poco a poco va dejando de ejercerse en los ruedos de nuestra piel de toro.

Cañero y Conchita Cintrón, el resurgimiento

No será hasta la aparición de un militar cordobés, Antonio Cañero, cuando se recupere la tradición de torear desde un caballo. Antonio Cañero rescata el rejoneo y trae la esencia del campo andaluz a las plazas vistiendo sombrero de ala ancha y traje con chaquetilla corta.

Cañero solía sortear con los matadores del cartel, terminando muchas veces la lidia de sus toros con muleta y espada. Antes de comenzar su andadura en los ruedos participó en numerosos concursos hípicos de salto, de ahí que más tarde, saltara también en la arena a los toros sobre su célebre jaca “La Bordó” o sobre su caballo “Águila Blanca”. En 1925 culminó su temporada toreando en París, con notable éxito.

Posteriormente a Cañero, en los cosos de España y de América, sobresalió una extraordinaria amazona, Conchita Cintrón. La “diosa rubia del toreo” dejaba fascinado al público de entonces no sólo por su destreza sobre los corceles, sino por su sabiduría en la lidia de a pie, con un estilo elegante y a la vez dominador.

Caballeros en plaza, ganaderos en el campo

De las tierras albarizas de Jerez, apareció el jinete Álvaro Domecq y Díez, de familia bodeguera y ganadera y gran aficionado a la aviación. Don Álvaro fue amigo íntimo de Manuel Rodríguez “Manolete”, con el que solía pasar temporadas en el campo. El caballero jerezano, alquimista de la bravura con sus toros de “Torrestrella”, solía ejecutar la suerte suprema a estoque desde el caballo. En otras ocasiones, le gustaba instrumentar algunos pases a pie antes de perfilarse con la espada. Este gusto por el toreo a pie lo heredaría su hijo, Álvaro Domecq Romero, figura de los setenta, siempre valiente y poderoso.

Álvaro Domecq formaría cuarteto histórico con Lupi y con los hermanos Peralta. Tanto Ángel como Rafael, actuales conservadores del toro de encaste Contreras, culminaban algunas de sus memorables actuaciones echando pie a tierra. Esta faceta solía practicarla con más frecuencia el menor de los hermanos, quien solía participar a pie en tentaderos alternado con toreros y figuras.

Otro rejoneador e intérprete del toreo a pie es Fermín Bohórquez Escribano, criador de la principal ganadería brava (que lleva su nombre) para el rejoneo de hoy día, procedencia Murube-Urquijo. Asimismo, el caballero en plaza Enrique Valdenebro, Excmo. Conde de San Remy y propietario de la ganadería de “Ruchena”, solía también torear en los cosos fiel a un estilo añejo, aristocrático y señorial.

Sobre la lidia. Cómo eran aquellas faenas…

Una vez que habían colocado las banderillas cortas y el jinete dejaba su caballo y atendiendo al comportamiento del toro, se solía comenzar la faena de muleta con pases por alto –ayudados, estatuarios- o bien, por bajo, con pases de castigo, hasta llevarlo, normalmente, más allá de la segunda raya. Una vez situado el burel fuera del tercio, cada uno interpretaba su toreo por el pitón que viera más adecuado. A veces, se remataba la serie con algún molinete, trincherazo o kikirikí; otras veces, con profundos pases de pecho. Solían ser faenas más bien breves, de doce, quince o veinte muletazos, a lo sumo. Estos pases servían para preparar el toro para la suerte suprema, pero también, aportaban al aficionado un mayor conocimiento de la bravura del toro, vislumbrando así mejor cualidades tan importantes como el temple, la fijeza o el recorrido.
Figuras del toreo que rejonearon

El primer caso conocido de un matador de toros que posteriormente toreara a caballo en los ruedos fue el de José García Carranza, más conocido como Pepe “El Algabeño”. Ataviado con impecable vestimenta campera, “El Algabeño” fue fusilado en la Guerra Civil española y fue el primer rejoneador en sacar el palo de garrocha sobre el albero para parar los toros.
En la historia de la Tauromaquia hay tres casos importantes de toreros que decidieron probar suerte en el rejoneo. Tres revolucionarios, tres creadores de estilos que han marcado época: Juan Belmonte, el mejicano Carlos Arruza y, más recientemente, Paco Ojeda. Los tres supieron llevar su conocimiento del toro y de la lidia al toreo a caballo.
Estado actual

Hoy día, salvo contadas excepciones, resulta insólito ver torear al natural a un rejoneador a pie en una plaza. Cuando se bajan del caballo, es únicamente para descabellar. La razón es que el Reglamento obliga a clavar dos rejones de muerte antes de echar pie a tierra.
Interpretar esa norma para volver a los orígenes, es decir, poder intercalar toreo a caballo y a pie (o viceversa), otorgaría más prestancia y brillantez al espectáculo taurino. Instantes mágicos, como los que protagonizó Diego Ventura en una corrida goyesca en Ronda, producen en el aficionado un éxtasis de romanticismo, pureza y emoción.
Tan sólo en contados festivales, como el que actuó Julián López “El Juli”, rejoneando en Medina de Rioseco (Valladolid) o, meses atrás, el de La Puebla del Río, con Morante y Diego Ventura asumiendo los dos ambas facetas, hemos podido contemplar la maravillosa simbiosis del torero-rejoneador.
A caballo o a pie, la misma esencia

Desde el caballo o a pie, la verdad del toreo parte de idénticas directrices. Cuando caballo y jinete se conjugan a la perfección, cuando parecen forman un solo cuerpo, se forma el centauro. Sobre la arena, ante la presencia del toro bravo, tanto el torero como el centauro exponen sus vidas para crear una obra única. Los dos nacen de la mitología y buscan la realidad para alcanzar el auténtico significado del arte de torear…

 

El toreo es ensueño, fantasía,
es el arte que brota en cada suerte;
engañar sin mentir, verte y no verte
en un juego de amor y valentía.

 El toreo es la magia, es sinfonía,
es un rito sagrado, bravo y fuerte,
pues triunfa en él la vida de la muerte
cuando un toro encastado desafía.


El toreo es hechizo y sentimiento;
compás, inspiración, caricia al viento,
es el duende que se queda en la memoria.


Y es la honda emoción de la corrida,
la que templa y somete la embestida
y que asciende al torero hasta la gloria”.




Este reportaje viene documentado con fotos de Antonio Cañero, Conchita Cintrón, Álvaro Domecq y Díez, Álvaro Domecq Romero, Fermín Bohorquez Escribano, Juan Belmonte (como rejoneador), Paco Ojeda (rejoneando), Carlos Arruza (rejoneando), Diego Ventura y Morante de La Puebla.


Más información: http://www.siglosdetoros.com/

A caballo con… Morante de La Puebla

Morante de La Puebla es un torero singular, que ama el campo, que siente el latido profundo de la marisma.
Por eso, en las faenas de campo que aún se siguen haciendo para reseñar y ponerle los crotales a los becerros de la ganadería de Peralta, no dudó en participar como uno más montando a “Lima IV”, caballo P.R.E. de Agrícola Peralta.
Morante a caballo… Como antes lo hicieran Joselito El Gallo o Juan Belmonte. Torería. Arte y esencia del campo andaluz.